domingo, 7 de febrero de 2016

   Mi Talismán

Sentado  ante la lumbre. Sobre  el viejo sillón  de terciopelo verde me incliné y mientras cogía el atizador mi mente ya estaba, otra vez, lejos de aquí.
-¡Ricardo!... ¡Ricardo!
- Voy mamá.
- Anda guarda los malditos cromos de fútbol y acaba la merienda.
- Si mamá.
Su voz sonaba cada vez más cerca de mí.
_ Como continúes con esa lentitud oscurecerá y no tendrás tiempo de salir a la calle con tus canicas.
Me susurró  esta vez mi madre mientras sus labios me inundaban el cuello de besos y me repetía.
-     Eres mi talismán. Mi pequeño. Mi portador de buena suerte.
-     ¡Mamaaaa!. Ya no soy tan pequeño. Y no soy ningún talismán. Soy una persona.
Mientras yo fruncía el ceño los labios de mi madre dibujaban esa sonrisa que tanto conocía.

Recogí la bandeja de la merienda, lo puse todo en el fregadero y…
-     Mama me voy a jugar.
-     Ricardo antes de las ocho en casa. Ya sabes que a esa hora llega tu padre y no le gusta que estés en la calle.
-     Si mamá.
Mi amigo Luis nos había dado plantón toda la semana. Su padre, en uno de sus últimos viajes le había traído unas canicas de mármol que me tenían loco por conseguirlas.  

Tal vez, hoy saldría.

Héctor ya estaba en la calle. Estaba perfeccionando el güa. Su bolsa de canicas era la más grande de los tres, era con toda seguridad el mejor jugador de todo el colegio.

-     ¿Y Luis hoy tampoco viene?...

El crepitar del fuego me sacó de mis recuerdos. Me hizo volver a la actualidad. Al hoy. Al presente  que me desvertebraba el cuerpo. Al áspero pincel que me pintaba el alma del más negro de los negros.
Quizás  hoy, sea  el día más triste de mi vida.

Treinta y cinco años después, su pequeño. Su portador de buena suerte. Su talismán ,estaba sumergido en la más dura  de las tristezas al tener que hacer realidad su último deseo: hacer que sus cenizas volasen libres  junto a la brisa del mar Mediterráneo.


Miré la vieja foto mientras lágrimas silenciosas recorrían mis mejillas. “Mi talismán” escrito con letras grandes en el centro de la tarta y diez velas que lo rodeaban a modo de corona. Mi madre, con sus labios hundidos en mi cuello y yo.