Toc, toc, toc…
Suaves pero firmes,
sonaron los tres golpes que Pepe “el Moreno”, zorro negociante de profesión, le
propino a la puerta del molino de Don Gregorio Verdú.
Aunque el reloj
marcaba más de medianoche, desde el interior, la respuesta no se hizo esperar.
-
¿Quién anda?
-
D. Gregorio soy el Moreno, le pido perdón por las
deshoras.
El molinero al
conocer la voz, a su mujer le casi ordenó:
- Abre mujer, ¡aligera!, que se nos enfría el ratero.
La esposa Mercedes,
mujer para el molinero, iba languideciendo a cada paso que dirigía hacia la puerta
y no era por la inoportunidad de la hora, sino más bien, por la inesperada
figura que tras el portón zarauz se iba a encontrar.
-
Buenas noches Dña.
Mercedes – Le dijo el tratante al abrir la puerta.
-
Buenas noches nos de Dios – contestó la molinera. Que no
levantó la mirada, para evitar así, encontrarse con la pícara sonrisa que el
viejo zorro, seguramente, le tendría preparada.
Mientras cerraba la
puerta, Mercedes, no podía dejar de pensar que había habido algo en el saludo
del comerciante Moreno, que le había sonado con cierto retintín.
El molinero le
esperaba en la estancia central de la casa, habitáculo que hacía al mismo
tiempo función de cocina, de comedor, de despacho de negocios o de sala de
espera para los clientes, que esperaban a que las muelas del molino,
convirtieran los granos de trigo en harina.
Polvo blanco que
calmaría los rugidos de algún que otro estómago famélico, después de haber sido
amasada y pasada por el horno.
-
Buenas noches, Pepe. Acércate y toma asiento, arrímate a
la lumbre y dime. ¿A que se debe tanto honor?
- Como el ama Mercedes… ya sabe… el pasado lunes estuve aquí y descargué
tres mulas de trigo. Como de costumbre a primeros de mes. Al no estar usted, su
amante esposa no me pudo abonar los reales que se me adeudaban y ante la
necesidad del cereal en el molino y por los años que llevamos haciendo negocio,
accedí, sin que sirva de precedente, a dejar el grano y volver hoy a por los
setenta y ocho reales de la materia prima.
-
Conforme y agradecido - Dijo el molinero orgulloso de
tanta confianza.
-
¡Mujer! sírvele una buena taza de achicoria, que tan preciada es para los estómagos sufridos como
el suyo, mientras yo voy a por su deuda.
En un abrir y
cerrar de ojos el molinero volvió a la estancia con una bolsa que al raposo le
sonaba como arpas celestiales.
-
… setenta y siete, setenta y ocho y con estas dos más
cuenta redonda, porque mi padre me enseñó que: “es de bien nacidos el ser
agradecidos”.
-
Muchas gracias Don Gregorio. Cuanta gratitud, me siento
más que preciado de contar con su amistad y con la de su esposa Mercedes, por
supuesto.
La Molinera hacía
rato que observaba. Lo hacía en silencio. Sin pronunciar palabra. Sólo
contemplaba lo que en su propia cocina estaba acaeciendo, sin poder dar crédito
a tan gran despropósito.
-
Hasta el próximo mes entonces – dijo el molinero mientras
le acompañaba a la puerta de salida.
-
Si Dios quiere, Don Gregorio. Despídame de su esposa, que
no vaya a creer que soy descortés.
(Una semana antes a las puertas del molino…)
-
¡Ah, del molino! ¿Hay alguien ahí?
El
portón se abrió y apareció una molinera Mercedes muy diferente a la que el
comerciante estaba acostumbrado a ver.
Los
rizos de color fuego caían desobedientes y sublevados sobre los hombros
desnudos. Mientras, sus manos, asidas a la cintura de una bata semitransparente,
intentaban esconder sin éxito, el cuerpo desnudo del ama Mercedes.
-
Buenos días, Pepe, que temprano llega usted hoy. El
molinero Gregorio no está. Salió ayer tarde hacia la ciudad, hasta el próximo
jueves no volverá y…no tengo cuartos ni reales para abonar el grano.
-
Pues aquí estoy como cada primero de mes, con la carga de
tres mulas. ¿Qué hacemos ahora?
Pepe, el Moreno,
fingía serenidad mientras su miembro, erecto, parecía tener vida propia.
-
Descargue, Pepe. Descargue las mulas y pasemos dentro que
segura estoy que encontraremos solución a tan inesperada contrariedad.
En apenas quince
minutos el grano estaba en el almacén y las mulas descansando en el establo.
Una vez ya, los dos
en el interior, dio comienzo la negociación.
-
Moreno, dinero no tengo, pero si te conviene el trato que
te voy a proponer nos olvidamos de los reales y aquí se cierra el negocio.
La molinera
recatada, callada y sumisa que tenia por costumbre recibir y tratar con los clientes
en presencia de su marido, nada tenia que ver con la molinera Mercedes que
estaba sentada frente al fuego, con las manos encima de la mesa, permitiendo
así, que su bata se moviese con plena libertad, dejando al descubierto los
placeres de los que gozaba cada noche el dueño del negocio.
- Moreno, te
ofrezco mi cuerpo, que se que deseas, como pago del trigo de las tres mulas. ¿Te
hace el trato?
El negociante,
atónito e incrédulo por la inesperada situación se apresuró a afirmar:
- Empecemos pues,
que el que paga descansa y el que cobra más.
Y así, de esta
manera, sobre una de las muelas más grandes del negocio, comerciante y molinera
fusionaron sus cuerpos desnudos, una vez tras otra hasta saldar la deuda.
El resto de lo
acontecido ya lo conocen ustedes.