domingo, 7 de abril de 2013

EL TRATO. (Sònia Llinares)


Toc, toc, toc…
Suaves pero firmes, sonaron los tres golpes que Pepe “el Moreno”, zorro negociante de profesión, le propino a la puerta del molino de Don Gregorio Verdú.
Aunque el reloj marcaba más de medianoche, desde el interior, la respuesta no se hizo esperar.
-   ¿Quién anda?
-   D. Gregorio soy el Moreno, le pido perdón por las deshoras.
El molinero al conocer la voz, a su mujer le casi ordenó:
-   Abre mujer, ¡aligera!, que se nos enfría el ratero.
La esposa Mercedes, mujer para el molinero, iba languideciendo a cada paso que dirigía hacia la puerta y no era por la inoportunidad de la hora, sino más bien, por la inesperada figura que tras el portón zarauz se iba a encontrar.
-      Buenas noches Dña. Mercedes – Le dijo el tratante al abrir la puerta.
-      Buenas noches nos de Dios – contestó la molinera. Que no levantó la mirada, para evitar así, encontrarse con la pícara sonrisa que el viejo zorro, seguramente, le tendría preparada.
Mientras cerraba la puerta, Mercedes, no podía dejar de pensar que había habido algo en el saludo del comerciante Moreno, que le había sonado con cierto retintín.
El molinero le esperaba en la estancia central de la casa, habitáculo que hacía al mismo tiempo función de cocina, de comedor, de despacho de negocios o de sala de espera para los clientes, que esperaban a que las muelas del molino, convirtieran los granos de trigo en harina.
Polvo blanco que calmaría los rugidos de algún que otro estómago famélico, después de haber sido amasada y pasada por el horno.
-      Buenas noches, Pepe. Acércate y toma asiento, arrímate a la lumbre y dime. ¿A que se debe tanto honor?
- Como el ama Mercedes… ya sabe… el pasado lunes estuve aquí y descargué tres mulas de trigo. Como de costumbre a primeros de mes. Al no estar usted, su amante esposa no me pudo abonar los reales que se me adeudaban y ante la necesidad del cereal en el molino y por los años que llevamos haciendo negocio, accedí, sin que sirva de precedente, a dejar el grano y volver hoy a por los setenta y ocho reales de la materia prima.
-      Conforme y agradecido - Dijo el molinero orgulloso de tanta confianza.
-      ¡Mujer! sírvele una buena taza de achicoria, que tan  preciada es para los estómagos sufridos como el suyo, mientras yo voy a por su deuda.
En un abrir y cerrar de ojos el molinero volvió a la estancia con una bolsa que al raposo le sonaba como arpas celestiales.
-      … setenta y siete, setenta y ocho y con estas dos más cuenta redonda, porque mi padre me enseñó que: “es de bien nacidos el ser agradecidos”.
-      Muchas gracias Don Gregorio. Cuanta gratitud, me siento más que preciado de contar con su amistad y con la de su esposa Mercedes, por supuesto.
La Molinera hacía rato que observaba. Lo hacía en silencio. Sin pronunciar palabra. Sólo contemplaba lo que en su propia cocina estaba acaeciendo, sin poder dar crédito a tan gran despropósito.
-      Hasta el próximo mes entonces – dijo el molinero mientras le acompañaba a la puerta de salida.
-      Si Dios quiere, Don Gregorio. Despídame de su esposa, que no vaya a creer que soy descortés.

(Una semana antes a las puertas del molino…)
                        
-      ¡Ah, del molino! ¿Hay alguien ahí?
El portón se abrió y apareció una molinera Mercedes muy diferente a la que el comerciante estaba acostumbrado a ver.
Los rizos de color fuego caían desobedientes y sublevados sobre los hombros desnudos. Mientras, sus manos, asidas a la cintura de una bata semitransparente, intentaban esconder sin éxito, el cuerpo desnudo del ama Mercedes.
-      Buenos días, Pepe, que temprano llega usted hoy. El molinero Gregorio no está. Salió ayer tarde hacia la ciudad, hasta el próximo jueves no volverá y…no tengo cuartos ni reales para abonar el grano.
-      Pues aquí estoy como cada primero de mes, con la carga de tres mulas. ¿Qué hacemos ahora?
Pepe, el Moreno, fingía serenidad mientras su miembro, erecto, parecía tener vida propia.
-      Descargue, Pepe. Descargue las mulas y pasemos dentro que segura estoy que encontraremos solución a tan inesperada contrariedad.
En apenas quince minutos el grano estaba en el almacén y las mulas descansando en el establo.
Una vez ya, los dos en el interior, dio comienzo la negociación.
-      Moreno, dinero no tengo, pero si te conviene el trato que te voy a proponer nos olvidamos de los reales y aquí se cierra el negocio.
La molinera recatada, callada y sumisa que tenia por costumbre recibir y tratar con los clientes en presencia de su marido, nada tenia que ver con la molinera Mercedes que estaba sentada frente al fuego, con las manos encima de la mesa, permitiendo así, que su bata se moviese con plena libertad, dejando al descubierto los placeres de los que gozaba cada noche el dueño del negocio.
- Moreno, te ofrezco mi cuerpo, que se que deseas, como pago del trigo de las tres mulas. ¿Te hace el trato?
El negociante, atónito e incrédulo por la inesperada situación se apresuró a afirmar:
- Empecemos pues, que el que paga descansa y el que cobra más.
Y así, de esta manera, sobre una de las muelas más grandes del negocio, comerciante y molinera fusionaron sus cuerpos desnudos, una vez tras otra hasta saldar la deuda.

El resto de lo acontecido ya lo conocen ustedes.

1 comentario:

  1. Aunque dramatizada la historia contada es tan real como la vida misma.

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