Siempre con la mosca detrás de la oreja.
Ahora, por ejemplo, en este instante, el ascensor acaba de parar en el
relleno, se abren las puertas al tiempo que a mi se me encoge el estómago.
Empiezo a contar; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis (por si enciende un
pitillo) escucho atentamente. No, no oigo las llaves. Confirmado no se abre la
puerta.
Inés llora en la cuna, encamino mis pasos hacia su habitación, tan linda
como ella, al entrar la veo, de pie con sus diminutas manos cogidas a la
barandilla de la cuna, con sus ojos azules anclados en los míos que casi me
suplican que la aupe, que la coja en mi regazo.
Lo que imaginaba, el chupete había vuelto a jugarle una mala pasada, por
entre los maderos se había deslizado bajo la cuna. Me arrodillé para recogerlo
y mi corazón se aceleró, mi mano empezó a temblar y por más que cerraba y abría
los ojos la imagen era la misma; un par de zapatos desgastados, llenos de tinte
negro con el que intentaba ocultar las rozaduras y el paso del tiempo. Zapatos
negros que habían dejado en mí ropa tantas huellas negras como en mi cuerpo
huellas azuladas.
Huellas que apagaron hace tiempo lo que en un principio fue amor.
Huellas que cayeron como jarro de agua fría y devastaron la pasión.
Huellas que entraban en mí cualquier
día, a cualquier hora, por cualquier motivo, simplemente porque sí.
Hoy los zapatos no se mantenían firmes, un leve balanceo hacía presagiar
que hoy mi ropa, un día mas, quedaría manchada de betún.
No me dio tiempo a incorporarme. Una mano suya en mi cuello y la otra en mi
escaso pelo lo hicieron por mí. Ajena a los insultos, el tiempo y la
“experiencia” me enseñaron a intentar combatir el dolor de los golpes, aprendí a
concentrarme en recuerdos hermosos.
Un puñetazo en la cara me devolvió a la realidad pero fue la patada en el
esternón la que me dejó sin aliento.
Mis padres, intenté visualizar su rostro, intenté recordar sus caricias,
sus besos…el dolor era tan inmenso que no podía recordar
Mis ojos buscaron los de Inés, ella sonreía, quería que su imagen fuese la
que se quedara gravada en mi retina. Por si hoy era el día.
Me despertó el llanto de mi hija.
Con el cuerpo dolorido, la cabeza a punto de estallar y sin fuerzas ni para
abrir los ojos apenas me podía mover.
Levanté el brazo izquierdo, el derecho no podía y…¡¡¡DIO MIO!!!!!.
Mi mano estaba llena de sangre, abrí lo máximo que pude los ojos, que no
era mucho, mientras con mi mano examinaba la parte superior de mi cuerpo
buscando la herida, la fuente de tanta sangre.
No la encontraba, los llantos de Inés me obligaron a intentar levantarme, primero agudice el oído para cerciórame de que
estábamos solas, una vez estuve segura, entonces traté de serenarme e intenté
incorporarme, apenas podía ver con claridad el hinchazón de los ojos me lo
impedía pero mi bebé me necesitaba. Lo haría por ella.
Me cogí a los pies de la cama para incorporarme, no podía mover las piernas
algo me lo impedía.
¡¡Quedé horrorizada!! sobre mis piernas yacía el cuerpo inerte de Mario, con
sus ojos puestos en Inés y su cuello abierto en canal.
Lo aparté como pude. Junto a él mi cutter de doble hoja.
Abracé a mi hija. Llamé a la central de emergencias y me senté a esperar.
Cualquier tiempo
pasado NO siempre fue mejor.