miércoles, 20 de febrero de 2013

EN ESE PRECISO INSTANTE (Sònia Llinares)


Un café con leche que se había quedado frío por segunda vez y una tostada gélida no habían sido motivo suficiente para sacarme del ensimismamiento en el que estaba sumergida.

En apenas tres días, tenia que decidir si aceptaba o no el nuevo puesto que me habían ofrecido en una importante empresa chocolatera de Bruselas. Es increíble, nunca pensé que tuviese que tomar una decisión tan… ¿interesante?, exactamente no se como calificarla; había una parte de mi, que estaba entusiasmada por la expansión personal que suponía la aceptación del puesto, pero un vuelco en el estomago, era el que me hacia regresar a la tierra y plantearme seriamente, si seria capaz de afrontar el traspaso de fronteras.

Decidí retirar el desayuno y darme una buena ducha. Al entrar en mi habitación lo primero que hice fue encender la radio; me encanta hacerme eco de las últimas noticias mientras me ducho antes de ir a la oficina. La ducha matinal siempre me ayudaba a despertar y en infinitas ocasiones, la perspectiva de los problemas había sido diferente después de esa lluvia jabonosa, quizás con la de hoy ocurriría lo mismo.

Fue el estridente timbrazo del teléfono el que me hizo coger el albornoz mucho antes de lo esperado, era Andrés, mi amigo desde la universidad, mi amigo del alma, su tono habitual era nervioso, pero el de hoy trasmitía verdadera exaltación.

            -Por favor, ¡¡¡¡dímelo, dímelo ya!!! ¿Que has decidido? ¿Te vas a Bruselas? – su voz se aceleraba, supongo que al compás que se estaría acelerando su corazón.
No pude más que reír, por el desencanto que le iba a producir mi respuesta y se que el atrevimiento de la llamada matutina no era tal, sino que era producto de la gran amistad y confianza que nos unía desde hacía más de diez años, baje el volumen de la radio y contesté con cierta risita que se reflejaba en mi tono:
            -No, Andrés, todavía no he decidido nada, pero no te preocupes que en cuanto lo resuelva tu serás el primero en enterarte, pero he estado pensando, que quizás te gustaría acompañarme - un silencio sepulcral se hizo a la otra parte del teléfono, para tres segundos después dar paso a un estrepitoso rugido en el que las letras s e i, unidas o no, era lo único que se podía entender. Los dos empezamos a reír a carcajadas, risotadas que he de reconocer que me hicieron mucho bien, fue una verdadera liberación de adrenalina.
Después de despedirnos  y  quedar para almorzar en la misma cafetería que lo hacíamos siempre, me dirigí al vestidor de cedro que presidía mi habitación para elegir modelito, en ese mismo instante en Radio nacional de España empezaba un programa que se titulaba, “inmigrantes, 50 años después”. Me acerqué al receptor, elevé el volumen para enterarme bien mientras me preparaba para salir a la oficina y quedé estupefacta al oír como los contertulios parecían contar mi historia, como ellos en su época experimentaron mis mismas sensaciones, dudas y contradicciones, estaba verdaderamente asombrada, en ese mismo momento fui consciente de que cosas eran las que en realidad tenia que plantearme antes de tomar una decisión, vi con claridad que debía de fraccionar mi vida por prioridades, quedó pendiente en mi memoria para hacerlo en cuanto acabase la jornada laboral.
El almuerzo con Andrés no fue como de costumbre, mi desorden emocional marcó el ritmo de la conversación, mi pobre amigo no se atrevió a expresar vocablo alguno que no hiciese referencia a mi futura andanza. Me encargué de que el tentempié fuese breve, no tanto para aliviar a mi compañero de mí monologa conversación, sino más bien por regresar al trabajo, para acabar cuanto antes y tener mas tiempo libre para ir poniendo en orden mi nueva estrategia de decisión.
 Que extraño, nunca hubiese imaginado que un programa de radio me daría las pistas definitivas para tomar una decisión que sería la que marcaría mi futuro.

Pasadas las siete de la tarde, con un relajante baño de espuma esperándome, tomé una gran decisión; no decidiría nada hasta la mañana siguiente, no volvería a cavilar en nada que tuviese que ver con chocolates, ni con viajes al país del atomium, ni nada de nada, estaba realmente agotada y sabía que podía cometer un error fatal. Después, una cena ligera acompañada de un buen vino y una película romanticona, de la que no puedo contar el final porque me dormí mucho antes de que acabara.

Le he dado una tregua al despertador desconectándolo antes de que sonara. El sueño había sido reparador y al despertarme fui conciente de que sabía perfectamente lo que debía hacer, no se cuando tomé la decisión pero al despertar, lo tenia tan claro, estaba tan segura de que iba a tomar la decisión correcta, que me alegre de haberlo aplazado para hoy.

Me considero una persona de no muchos amigos pero me gusta cuidar a los que son de verdad, a los que más que amigos forman parte de tu familia y dentro de este grupo estaba Andrés y el día anterior le prometí que seria el primero en saber mi decisión, así que cogí el móvil, marqué las nueve cifras que acompañaban a su nombre y al oír su voz dije:
            -Hay vuelos Madrid-Bruselas cada cuatro horas, ¿vendrás a visitarme?

No pude hablar más, me colgó el teléfono y en apenas quince minutos estaba aporreando el interfono de casa.
Hoy soy consciente que la decisión no la tomé esa mañana al despertar o durante la noche mientras dormía, esa decisión la tomé cuando acabe de oír el programa de radio la mañana anterior, cuando la gente que había emigrado por trabajo, contó con todo lujo de detalles sus vivencias, sus andanzas y añoranzas, en ese preciso instante, sin yo saberlo, dije si.

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