Un café con leche que se había
quedado frío por segunda vez y una tostada gélida no habían sido motivo
suficiente para sacarme del ensimismamiento en el que estaba sumergida.
En apenas tres días, tenia que
decidir si aceptaba o no el nuevo puesto que me habían ofrecido en una
importante empresa chocolatera de Bruselas. Es increíble, nunca pensé que
tuviese que tomar una decisión tan… ¿interesante?, exactamente no se como
calificarla; había una parte de mi, que estaba entusiasmada por la expansión
personal que suponía la aceptación del puesto, pero un vuelco en el estomago,
era el que me hacia regresar a la tierra y plantearme seriamente, si seria
capaz de afrontar el traspaso de fronteras.
Decidí retirar el desayuno y
darme una buena ducha. Al entrar en mi habitación lo primero que hice fue
encender la radio; me encanta hacerme eco de las últimas noticias mientras me
ducho antes de ir a la oficina. La ducha matinal siempre me ayudaba a despertar
y en infinitas ocasiones, la perspectiva de los problemas había sido diferente
después de esa lluvia jabonosa, quizás con la de hoy ocurriría lo mismo.
Fue el estridente timbrazo del
teléfono el que me hizo coger el albornoz mucho antes de lo esperado, era
Andrés, mi amigo desde la universidad, mi amigo del alma, su tono habitual era
nervioso, pero el de hoy trasmitía verdadera exaltación.
-Por
favor, ¡¡¡¡dímelo, dímelo ya!!! ¿Que has decidido? ¿Te vas a Bruselas? – su voz
se aceleraba, supongo que al compás que se estaría acelerando su corazón.
No pude más que reír, por el
desencanto que le iba a producir mi respuesta y se que el atrevimiento de la
llamada matutina no era tal, sino que era producto
de la gran amistad y confianza que nos unía desde hacía más de diez años, baje
el volumen de la radio y contesté con cierta risita que se reflejaba en mi
tono:
-No,
Andrés, todavía no he decidido nada, pero no te preocupes que en cuanto lo
resuelva tu serás el primero en enterarte, pero he estado pensando, que quizás
te gustaría acompañarme - un silencio sepulcral se hizo a la otra parte del
teléfono, para tres segundos después dar paso a un estrepitoso rugido en el que
las letras s e i, unidas o no, era lo único que se podía entender. Los dos
empezamos a reír a carcajadas, risotadas que he de reconocer que me hicieron
mucho bien, fue una verdadera liberación de adrenalina.
Después de despedirnos y
quedar para almorzar en la misma cafetería que lo hacíamos siempre, me
dirigí al vestidor de cedro que presidía mi habitación para elegir modelito, en
ese mismo instante en Radio nacional de España empezaba un programa que se
titulaba, “inmigrantes, 50 años después”. Me acerqué al receptor, elevé el
volumen para enterarme bien mientras me preparaba para salir a la oficina y
quedé estupefacta al oír como los contertulios parecían contar mi historia,
como ellos en su época experimentaron mis mismas sensaciones, dudas y
contradicciones, estaba verdaderamente asombrada, en ese mismo momento fui
consciente de que cosas eran las que en realidad tenia que plantearme antes de
tomar una decisión, vi con claridad que debía de fraccionar mi vida por
prioridades, quedó pendiente en mi memoria para hacerlo en cuanto acabase la
jornada laboral.
El almuerzo con Andrés no fue
como de costumbre, mi desorden emocional marcó el ritmo de la conversación, mi
pobre amigo no se atrevió a expresar vocablo alguno que no hiciese referencia a
mi futura andanza. Me encargué de que el tentempié fuese breve, no tanto para
aliviar a mi compañero de mí monologa conversación, sino más bien por regresar
al trabajo, para acabar cuanto antes y tener mas tiempo libre para ir poniendo
en orden mi nueva estrategia de decisión.
Que extraño, nunca hubiese imaginado que un
programa de radio me daría las pistas definitivas para tomar una decisión que
sería la que marcaría mi futuro.
Pasadas las siete de la tarde,
con un relajante baño de espuma esperándome, tomé una gran decisión; no
decidiría nada hasta la mañana siguiente, no volvería a cavilar en nada que
tuviese que ver con chocolates, ni con viajes al país del atomium, ni nada de
nada, estaba realmente agotada y sabía que podía cometer un error fatal.
Después, una cena ligera acompañada de un buen vino y una película romanticona,
de la que no puedo contar el final porque me dormí mucho antes de que acabara.
Le he dado una tregua al
despertador desconectándolo antes de que sonara. El sueño había sido reparador
y al despertarme fui conciente de que sabía perfectamente lo que debía hacer,
no se cuando tomé la decisión pero al despertar, lo tenia tan claro, estaba tan
segura de que iba a tomar la decisión correcta, que me alegre de haberlo
aplazado para hoy.
Me considero una persona de no
muchos amigos pero me gusta cuidar a los que son de verdad, a los que más que
amigos forman parte de tu familia y dentro de este grupo estaba Andrés y el día
anterior le prometí que seria el primero en saber mi decisión, así que cogí el
móvil, marqué las nueve cifras que acompañaban a su nombre y al oír su voz
dije:
-Hay
vuelos Madrid-Bruselas cada cuatro horas, ¿vendrás a visitarme?
No pude hablar más, me colgó el
teléfono y en apenas quince minutos estaba aporreando el interfono de casa.
Hoy soy consciente que la
decisión no la tomé esa mañana al despertar o durante la noche mientras dormía,
esa decisión la tomé cuando acabe de oír el programa de radio la mañana anterior,
cuando la gente que había emigrado por trabajo, contó con todo lujo de detalles
sus vivencias, sus andanzas y añoranzas, en ese preciso instante, sin yo
saberlo, dije si.
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