miércoles, 20 de febrero de 2013

UN CAFÉ, UNA PAUSA Y UNA SINTONÍA (Sònia Llinares)


Cada 30 de junio, desde hacia 14 años, la escena se repetía en casa como una especie de ritual. Maletas en el coche y como destino único la font, una pequeña finca donde vivían mis abuelos, en el interior de la provincia de Alicante. Allí los adelantos tecnológicos se conocen sólo de oídas; no cobertura, no Internet, no wasap… y como colofón final para acabar de alegrarme el día, mi madre me ha dicho que esta  semana tampoco tendremos televisión.

Mis tíos Carlos y Tere llegaron ayer por la tarde con mis primos Carlitos de 4 años, Ana de 13 años y Roberto de 16.
Después de desayunar y con el maletero lleno, me quedaban por delante tres horas de ver pasar el paisaje. Mi hermano Bruno sólo tenía tres añitos y a los diez minutos de empezar el viaje y con una peli puesta en el DVD portátil ya se le había caído hasta el chupete. Mis padres, no se cansaban de repetir lo relajante que resultaría este mes, que si se nos cargan las pilas, que si se nos oxigena el cuerpo, que si los paseos nocturnos…y un montón de “que sis” más.
La verdad es que como me entretuve viendo la película que Bruno se había perdido, el viaje hasta la Font se me hizo cortísimo.

Última curva a la derecha, antes de llegar a la planicie desde donde se avista la casona  de piedra, madera y blanco en la que habían vivido; mi madre y mi tío Carlos, mis abuelos, los padres de mis abuelos y los padres de sus padres y…
Aunque la casa estaba en pie desde tiempos remotos, la conservan en perfecto estado y es el punto de reunión de toda la familia.

Al llegar al camino de entrada que conducía hasta la casa, nos estaban esperando dando saltos de alegría Meñique; un Bichón habanero que no mide más de 30cm de altura pero, que con su carácter gruñón es el dueño del lugar, a su lado mueve la cola incansablemente Pruna, una gran danés que a pesar de su enorme tamaño es una buenaza. Los dos nos acompañan hasta la puerta de entrada, donde por fin paramos el coche.

La abuela se había cortado el pelo y la encontré muy favorecida. El abuelo en su línea, siempre con el sombrero de paja y el bastón en la mano, pero si una cosa tenían en común, era que los dos nos recibían con una gran sonrisa dibujada en el rostro y siempre sus palabras parecían haber sido seleccionadas para agradarnos y hacernos sentir especiales.

Fue el abuelo el que nos dijo que mis primos y mis tíos habían bajado a pasear al río, pero que seguramente nos habrían oído llegar y no tardarían en subir. Tenía, tantas ganas de ver a mi prima Ana, era mi mejor amiga.  


Ciertamente, las palabras que acababa de decir el abuelo se hicieron realidad y en pocos minutos llegaron mis tíos y mis primos, algo agotados por el calor que hacía más que por el trayecto recorrido.

Mi prima Ana y yo hablábamos por teléfono casi a diario y através de las redes sociales de moda, que ya todos conocéis, así que, en cuanto nos vimos nos fuimos en busca de un refugio para hablar y hablar y hablar y seguir hablando de nuestras cosas, sin que nos molestara nadie. Después de ponernos al día con los acontecimientos ocurridos en las últimas 24h, la conversación se centro en la ausencia de la televisión por la rotura de la antena y en como el técnico no podría repararla hasta la semana próxima, las dos compartimos la misma opinión ¡¡¡Que horror, una semana sin televisión!!!

Esa tarde los postres se alargaron hasta pasadas las cuatro, momento en el que la abuela me pidió que le acercara el transistor, no sin advertirme que tuviese cuidado de no tocar la rueda de sintonización, lo tenia fijado en Radio nacional de España donde a esta hora emitían “la decisión de Ruth”, radionovela que cuenta como Ruth, una joven, europea adinerada, renuncia a toda su fortuna para irse a Sudáfrica con Víctor su compañero de universidad y su novio desde hacia dos meses, muy en contra de la opinión de sus padres, para colaborar en labores humanitarias con las ONGs establecidas en la zona... Nada nuevo ni dentro ni fuera del mundo de los culebrones dulzones que empalagan sólo con oír el título. Mientras continuábamos con la conversación la abuela nos iba poniendo al día de los personajes conforme iban apareciendo en escena.

He de reconocer que lo que al principio de la primera semana nos pareció un drama “no tener televisión”, resultó que cuando vi aparecer al técnico, me di cuenta que no la había necesitado, que no la había echado en falta. En cambio  todos los días durante el mes de Julio había una cita obligada en torno a la vieja radio de los abuelos, todos los días a las cuatro de la tarde seguíamos las aventuras de Ruth en las tierras de ébano.

Como dato curioso al menos para mi, diré que era emocionante la charla que elaborábamos después del final de cada capítulo. Cada una de nosotras había imaginado a los mismos personajes y el mismo escenario de manera muy diferente. Era sorprendente ver como mi imaginación había creado un mundo donde trascurrían historias y sucesos todos los días y todo gracias a un aparato que antes de este verano había pasado desapercibido para mí.

Pasará el tiempo, pero nunca podré olvidar a mi abuela, mi madre, mi tía, mi prima y yo, sentadas entorno a la mesa tocinera de color cerezo de la cocina, con un café helado entre las manos, Radio Nacional de España sintonizada en el diminuto y viejo transistor, que nos transportaba durante una hora a un mundo individual donde transcurría una misma historia.

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