Cada
30 de junio, desde hacia 14 años, la escena se repetía en casa como una especie
de ritual. Maletas en el coche y como destino único la font, una pequeña finca
donde vivían mis abuelos, en el interior de la provincia de Alicante. Allí los
adelantos tecnológicos se conocen sólo de oídas; no cobertura, no Internet, no
wasap… y como colofón final para acabar de alegrarme el día, mi madre me ha
dicho que esta semana tampoco tendremos
televisión.
Mis
tíos Carlos y Tere llegaron ayer por la tarde con mis primos Carlitos de 4
años, Ana de 13 años y Roberto de 16.
Después
de desayunar y con el maletero lleno, me quedaban por delante tres horas de ver
pasar el paisaje. Mi hermano Bruno sólo tenía tres añitos y a los diez minutos
de empezar el viaje y con una peli puesta en el DVD portátil ya se le había
caído hasta el chupete. Mis padres, no se cansaban de repetir lo relajante que
resultaría este mes, que si se nos
cargan las pilas, que si se nos
oxigena el cuerpo, que si los paseos
nocturnos…y un montón de “que sis” más.
La
verdad es que como me entretuve viendo la película que Bruno se había perdido,
el viaje hasta la Font
se me hizo cortísimo.
Última
curva a la derecha, antes de llegar a la planicie desde donde se avista la
casona de piedra, madera y blanco en la
que habían vivido; mi madre y mi tío Carlos, mis abuelos, los padres de mis
abuelos y los padres de sus padres y…
Aunque
la casa estaba en pie desde tiempos remotos, la conservan en perfecto estado y
es el punto de reunión de toda la familia.
Al
llegar al camino de entrada que conducía hasta la casa, nos estaban esperando dando
saltos de alegría Meñique; un Bichón habanero que no mide más de 30cm de altura
pero, que con su carácter gruñón es el dueño del lugar, a su lado mueve la cola
incansablemente Pruna, una gran danés que a pesar de su enorme tamaño es una
buenaza. Los dos nos acompañan hasta la puerta de entrada, donde por fin
paramos el coche.
La
abuela se había cortado el pelo y la encontré muy favorecida. El abuelo en su
línea, siempre con el sombrero de paja y el bastón en la mano, pero si una cosa
tenían en común, era que los dos nos recibían con una gran sonrisa dibujada en
el rostro y siempre sus palabras parecían haber sido seleccionadas para
agradarnos y hacernos sentir especiales.
Fue
el abuelo el que nos dijo que mis primos y mis tíos habían bajado a pasear al
río, pero que seguramente nos habrían oído llegar y no tardarían en subir. Tenía,
tantas ganas de ver a mi prima Ana, era mi mejor amiga.
Ciertamente,
las palabras que acababa de decir el abuelo se hicieron realidad y en pocos
minutos llegaron mis tíos y mis primos, algo agotados por el calor que hacía más
que por el trayecto recorrido.
Mi
prima Ana y yo hablábamos por teléfono casi a diario y através de las redes
sociales de moda, que ya todos conocéis, así que, en cuanto nos vimos nos
fuimos en busca de un refugio para hablar y hablar y hablar y seguir hablando
de nuestras cosas, sin que nos molestara nadie. Después de ponernos al día con
los acontecimientos ocurridos en las últimas 24h, la conversación se centro en
la ausencia de la televisión por la rotura de la antena y en como el técnico no
podría repararla hasta la semana próxima, las dos compartimos la misma opinión ¡¡¡Que
horror, una semana sin televisión!!!
Esa
tarde los postres se alargaron hasta pasadas las cuatro, momento en el que la
abuela me pidió que le acercara el transistor, no sin advertirme que tuviese
cuidado de no tocar la rueda de sintonización, lo tenia fijado en Radio
nacional de España donde a esta hora emitían “la decisión de Ruth”, radionovela
que cuenta como Ruth, una joven, europea adinerada, renuncia a toda su fortuna
para irse a Sudáfrica con Víctor su compañero de universidad y su novio desde
hacia dos meses, muy en contra de la opinión de sus padres, para colaborar en
labores humanitarias con las ONGs establecidas en la zona... Nada nuevo ni
dentro ni fuera del mundo de los culebrones dulzones que empalagan sólo con oír
el título. Mientras continuábamos con la conversación la abuela nos iba
poniendo al día de los personajes conforme iban apareciendo en escena.
He
de reconocer que lo que al principio de la primera semana nos pareció un drama
“no tener televisión”, resultó que cuando vi aparecer al técnico, me di cuenta
que no la había necesitado, que no la había echado en falta. En cambio todos los días durante el mes de Julio había
una cita obligada en torno a la vieja radio de los abuelos, todos los días a
las cuatro de la tarde seguíamos las aventuras de Ruth en las tierras de ébano.
Como
dato curioso al menos para mi, diré que era emocionante la charla que
elaborábamos después del final de cada capítulo. Cada una de nosotras había
imaginado a los mismos personajes y el mismo escenario de manera muy diferente.
Era sorprendente ver como mi imaginación había creado un mundo donde
trascurrían historias y sucesos todos los días y todo gracias a un aparato que
antes de este verano había pasado desapercibido para mí.
Pasará
el tiempo, pero nunca podré olvidar a mi abuela, mi madre, mi tía, mi prima y
yo, sentadas entorno a la mesa tocinera de color cerezo de la cocina, con un
café helado entre las manos, Radio Nacional de España sintonizada en el
diminuto y viejo transistor, que nos transportaba durante una hora a un mundo
individual donde transcurría una misma historia.
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